Ese lunes me tocaba reírme de mí misma. Tenía la
tarde libre y estaba aburrida, aunque creo que si la hubiera tenido ocupada, me hubiese agobiado. Nunca tenemos exactamente lo que queremos.
Me pegué una ducha, me puse cómoda y cogí un folio y un bolígrafo. Primero dibujé
una cara, que se transformó en un cuerpo, que se transformó en una niña que
tenía dos coletas. Siempre pintaba a esa niña de ojos grandes, tez clara y pelo
rizado. A su lado, hice una lista. La titulé “Mis miedos”. Y comencé a escribir:
“Tengo miedo a
no callarme a tiempo, miedo a no decir nada cuando merece la pena decirlo,
miedo a quedarme sola, miedo a estar rodeada de gente en un espacio cerrado,
miedo a las cosas que me dan miedo, miedo a lo desconocido, miedo a perder lo
que tengo, miedo a no conocer lo que no tengo, miedo a que te marches, miedo a
cambiar, miedo a que cambies, miedo a que me cambies.
Miedo a no ser lo que yo
espero de mi, miedo a no saber qué decir, miedo a hablar en público, miedo a
perderme, miedo a conocerme más, miedo a la infidelidad, miedo a la
infelicidad, miedo a lo premeditado, miedo a lo espontáneo, miedo a que este
bolígrafo se le salga la tinta y me tenga que volver a duchar, miedo a no
encontrarte, niña de ojos grandes”.
Volví mis ojos a la niña de las dos coletas, y la
pregunté:
-
Y tú, bonita ¿A qué tienes miedo?
Y como si de un cuento se tratara, de la boca de la niña salió un pequeño bocadillo en el que se escribieron las siguientes letras:
Bonito
ResponderEliminar