Mamá dice que se puede trabajar mucho y ser pobre a la vez. Pero cuando
oigo la palabra pobre, yo pienso en los compañeros que traen en autobús al
cole, o en los niños africanos que anuncian en la tele, y aunque a veces “se
nos pase” la merienda, o use ropa prestada, o sea imposible ducharse en
invierno porque en mi casa no salga agua caliente, yo no me veo así.
El otro día, una
trabajadora social le dijo a mamá que comprende lo difícil que es salir
adelante ella sola, pero que no podía hacer nada. Ni su jefa. Ni la jefa de su
jefa. Y yo creo que “no poder hacer nada” debe de ser lo que provoca que
nada cambie nunca. Es la excusa de los mayores.
Después, Mamá dijo
enfadada que los niños tenemos que cambiar el mundo, y que los animales más
peligrosos del planeta no viven en la selva, sino en las ciudades, que llevan
traje y corbata y que se dedican a ajustar presupuestos. Yo no sé lo que son
los presupuestos, ni cómo es la mordedura de estos señores, pero cuando mamá
llora escondida en el baño, o cuando me suenan las tripas y río para que no se
dé cuenta, pienso que tengo que hacerme mayor muy deprisa para ayudarla. Y si
quiere que cambie el mundo, yo lo cambio. Pero es imposible que, aunque tenga
la nevera vacía y pase frío en invierno, yo sea pobre teniendo a mamá
conmigo.
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