Recuerdo el sonido de la tiza
deslizándose por la pizarra. “Antiguo Régimen” escribía. Y debajo, “Política,
sociedad, religión”. Después, iba desmenuzando una a una, para que conociéramos
aquel periodo desde esos tres enfoques. Las clases eran lentas, a veces se
interrumpían porque alguien hablaba o se despistaba demasiado. Y LA PROFESORA,
tenaz, día tras día, fue durante aquellos dos años previos a la Universidad
rellenando de sal parte de las heridas de mi adolescencia, para que, con dolor o
sin él, fueran tomando perspectiva nuestras curiosidades. Perspectiva
histórica, evidentemente, en un mar de ignorancia y complacencia absurda.
A veces no iba a ninguna clase. A
veces solo a esta. Pero cuando había pasado la mañana fuera del instituto, y no
estaba en condiciones de acudir, no lo hacía. Me daba vergüenza ir en mal
estado. Pero también me daba vergüenza no ir. Y por aquel entonces les puedo garantizar que no me daba
vergüenza casi nada en esta vida.
LA PROFESORA tenía luz, y tal
vez ella pensara lo mismo de nosotros. Nos miraba, a veces impaciente, con un "Hazlo bien, deja de hacer el tonto” que no acababa de salir de su boca.
En el Curso de Orientación
Universitaria, un mes antes de la temible Selectividad, nos hizo un test de
cien preguntas, para evaluar cómo íbamos de preparados. Acerté 96. LA PROFESORA sabía mucho, porque saqué idéntica nota en el fatídico examen que
hice sentado en los incómodos pupitres de la Facultad de Derecho de la
Universidad de Alcalá de Henares. Aquel 9.6 compensó peores calificaciones, y
me facilitó el pasaporte a la Universidad.
Segundo de Sociología. Primera clase.
Llego tarde y, para mi disgusto, me toca sentarme en las primeras filas. Un
profesor gallego habla, y yo escribo en mi cuaderno lo que creo que es
importante de aquella presentación. EL PROFESOR mira asombrado a todos, porque
todos hacemos lo mismo. Se acerca silencioso a la mesa de al lado. Observa, de
cerca, cómo una alumna acaba de escribir algo que él ha dicho. Cuando termina,
educadamente, le dice: “¿Qué está escribiendo? ¿Puede guardar usted ese
bolígrafo y ese cuaderno?”. Se abre el debate, incluso algunos alumnos se
exaltan porque aquel profesor no quiere que nadie tome apuntes, porque pide que
escuchemos y debatamos, porque quiere y se auto exige que aprendamos, y no que
nos limitemos a copiar. La metodología del curso la somete democráticamente a
discusión, algo que no tenía por qué hacer. Se decide dar una clase abierta,
sin papeles encima de la mesa, y después otra donde él dictará apuntes para
quien quiera. El reto o la comodidad. Pues vale, el reto, que para algo estamos ahí. Acudí al 50% de las
clases de aquel profesor, precisamente a las que íbamos quince alumnos contados, frente a las
otras a las que acudían más de cincuenta, y obtuve mi primera Matrícula de
Honor, para jolgorio de mis allegados. Pero aprendí más que en todo el año
anterior.
Le busqué en los cursos siguientes.
Tercero, Cuarto y Quinto. Después en el Doctorado. Siempre me dio miedo, hasta
que un día en los pasillos hablamos de fútbol, hasta que le vi humano, como cualquiera. Cada clase con EL PROFESOR fue un
reto intelectual que me forzó a leer más que nunca en mi vida. Cuanto más me
preparaba, más me daba cuenta de que había millones de cosas que no sabía. Con
él dejé de lado el caparazón de universitario presuntuoso que cree que todo lo sabe. Me traspasó
una montaña de dudas, pero me enseñó un método para ir saciándolas. Como con
LA PROFESORA, cuando no podía ir me daba vergüenza, cuando tenía que faltar porque trabajaba al tiempo, o acudía sin haberlo preparado bien, lo mismo. Después, el cáncer se lo llevó rápidamente, y las paredes de la facultad enlutaron. Pobres alumnos los que hoy ya no saben lo que es tenerle como profesor.
Hay otros profesores, otros
maestros, otros que también guían u orientan, consciente o inconscientemente,
los pasos de los alumnos en un momento determinado. Enseñar es un oficio noble
(preclaro, ilustre, generoso), que
por desgracia está poblado de nobleza (Dicho de una persona o de sus parientes, que por su ilustre
nacimiento o por concesión del soberano posee algún título del reino). Hay profesores Marqueses, hay
Duques, hay Notables, hay un linaje horrendo en muchas universidades. Pero entre la indolencia y el servilismo, a veces aparece un PROFESOR, con el semblante de
Fernando Fernán Gómez en “La Lengua de las Mariposas”, siendo apedreado por mil tipos de fascistas latentes. Los que recortan. Los que subestiman su labor. Los que ridiculizan sus conocimientos. Los que ponen piedras para que los chicos duden, profundicen, investiguen, avancen.
Si están aún estudiando, encuéntrenlo. Les cambiará la vida. Pero si ya dejaron atrás esa etapa, y sí lo tuvieron, cuéntenlo, compártanlo, háganselo saber. Es importante.
Emocionante
ResponderEliminar